“Sólo seguiste caminando”. -Sobreviviente de la Marcha de la Muerte de Bataan
En abril de 1942, las fuerzas aliadas en Bataan cayeron ante los japoneses después de un asedio de cuatro meses. La siguiente marcha de la muerte de 105 kilómetros se convirtió en una de las atrocidades más conocidas de la guerra, ya que las duras condiciones y los sádicos guardias mataron hasta 10.000 prisioneros.
Explicación completa
Algunos eventos son tan inhumanos que se graban en nuestra inconsciencia colectiva. Con su letanía de horrores, brutalidad casual y desesperación silenciosa, la Marcha de la Muerte de Bataan es uno de esos eventos. Habiendo capturado a las fuerzas aliadas estacionadas en Filipinas en abril de 1942, el ejército japonés decidió que los prisioneros debían marchar los 105 kilómetros hasta San Fernando para ser transferidos a un campo de internamiento. Lo que siguió fue una prueba de nueve días de una brutalidad impensable.
La marcha comenzó con un calor abrasador. Los prisioneros, ya desnutridos y fatigados, se veían obligados a caminar largas distancias cada día por un sendero, sin sombra, refugio o agua. Fue aquí donde comenzó el horror. A nadie se le permitía detenerse – detenerse por cualquier razón significaba la muerte. Los relatos de testigos oculares informan de hombres que se desplomaron por agotamiento siendo ejecutados. Las personas que sufrían los efectos de la disentería y que se detuvieron para hacer sus necesidades también fueron asesinadas. Aquellos con malaria, aquellos que se detuvieron para beber, y aquellos que trataron de ayudar a sus camaradas fueron juzgados como “detenidos”. Fueron apuñalados, fusilados, decapitados o enterrados vivos.
Para los guardias, la marcha era como un deporte. Se fracturaban los cráneos con sus rifles para ver si los golpeados dejaban de caminar. Daban palizas y atropellaban a los prisioneros con tanques. Más de 10.000 murieron en nueve cortos días, y los que sobrevivieron se enfrentan a muchos más infiernos: desde los fatalmente sobrecalentados vagones que los transportaban a los campos de prisioneros, hasta los propios campos, supurando pozos de enfermedad y suciedad. Como dijo más tarde un soldado, estar en la marcha era “llegar al fin de la civilización”. Los caminantes entraron en un mundo crepuscular sin humanidad, empatía o esperanza, un mundo que nunca deberíamos permitirnos olvidar.
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